Las cabras testarudas: Un cuento para niños sobre la importancia de escuchar
Un cuento sobre la lección de las cabras y el valor de seguir las reglas
En un pequeño y pintoresco pueblo de Puerto Rico, rodeado de montañas verdes y paisajes que parecían salidos de un cuento de hadas, vivía una familia de cabras. Eran conocidas por ser muy testarudas y por tener una curiosa costumbre: siempre se negaban a seguir las instrucciones de su dueño, Don Pedro, un amable campesino que las cuidaba con mucho cariño.
Las cabras, aunque de buen corazón, tenían la terrible costumbre de hacer siempre lo contrario de lo que Don Pedro les pedía. Si él les pedía que se quedaran cerca del establo, ellas se escapaban al monte. Si él les pedía que no comieran las plantas del jardín, ellas no podían resistir la tentación y se las comían todas. Don Pedro, cansado de sus travesuras, decidió hacer algo al respecto.
Un día, mientras las cabras pastaban en el campo, Don Pedro les habló con mucha paciencia. “Queridas cabras, por favor, les pido que me escuchen. No puedo seguir correteándolas por todo el pueblo. Necesito que aprendan a seguir las reglas para que todos estemos tranquilos.”
Las cabras, como siempre, no le prestaron mucha atención. Continuaron saltando y correteando por todos lados. Don Pedro, decidido a enseñarles una lección, pensó en un plan.
A la mañana siguiente, Don Pedro preparó un gran banquete con las mejores verduras y hierbas del jardín, pero las colocó justo fuera del establo, en un lugar que las cabras solían visitar. Luego, les dijo con voz firme: “Hoy les tengo algo especial. Si no hacen caso y se mantienen cerca del establo, podrán disfrutar de este delicioso banquete. Si no, tendrán que quedarse con su pasto común.”
Las cabras, al ver el festín, se entusiasmaron, pero aún desconfiaban de las intenciones de Don Pedro. Así que, una a una, comenzaron a salir del establo y a acercarse al banquete, pero, como siempre, sin hacer caso a las advertencias de Don Pedro. “¡Vamos a comer todo! No necesitamos quedarnos cerca del establo,” dijeron entre ellas, riendo.
Justo cuando todas las cabras comenzaron a disfrutar del banquete, algo comenzó a suceder. El viento soplaba con fuerza, y las nubes en el cielo se oscurecieron. Don Pedro observaba desde la ventana de su casa, sin perder detalle. De repente, un gran aguacero comenzó a caer. Las cabras, que antes estaban tan felices, comenzaron a correr hacia el establo, buscando refugio, pero el agua ya las había empapado por completo.
Mientras se resguardaban en el establo, una de las cabras, la más joven, llamada Lola, suspiró y dijo: “¿Por qué siempre hacemos lo contrario de lo que nos piden? Si hubiéramos escuchado a Don Pedro desde el principio, no nos habríamos empapado y hubiéramos disfrutado del banquete en paz.”
Las demás cabras miraron a Lola y se dieron cuenta de lo cierto que era lo que decía. “Tienes razón, Lola,” dijo una de las cabras mayores. “Siempre nos dejamos llevar por nuestras ganas de hacer lo que queremos, pero al final, eso solo nos trae problemas.”
Cuando el aguacero pasó y el sol comenzó a brillar de nuevo, Don Pedro salió de su casa y se acercó al establo. Miró a las cabras con una sonrisa, pero también con una mirada de comprensión. “¿Cómo se sienten, amigas mías?” les preguntó.
“Moja,” respondió una de las cabras. “Ahora entendemos que deberíamos haberte escuchado. Si hubiéramos hecho caso desde el principio, habríamos estado más cómodas y secas, y habríamos disfrutado de la comida.”
Don Pedro asintió. “Lo importante es que han aprendido una lección hoy. No siempre es fácil seguir las reglas, pero a veces es lo mejor para todos. Si respetamos las instrucciones de los demás, evitamos problemas innecesarios.”
Desde ese día, las cabras comenzaron a cambiar. Aunque a veces todavía eran un poco testarudas, cada vez que Don Pedro les pedía algo, trataban de hacerle caso. La relación entre Don Pedro y sus cabras se volvió más tranquila y armoniosa, y todos en la granja fueron más felices.
Y aunque las cabras nunca dejaron de ser un poco traviesas, aprendieron que escuchar las instrucciones y hacer caso, no solo les traía mejores resultados, sino que también hacía su vida mucho más fácil.
Moraleja:
A veces, cuando nos dejamos llevar por nuestros deseos y no escuchamos los consejos de los demás, nos metemos en problemas. Seguir las reglas y escuchar a los que nos cuidan puede ayudarnos a evitar dificultades y vivir de una manera más feliz.
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