El Cordero Envidioso: Un cuento sobre la importancia de ser uno mismo
Cuento sobre cómo superar la envidia y valorar lo que somos
Había una vez, en un tranquilo prado rodeado de colinas verdes, un pequeño cordero llamado Lino. Lino era un cordero blanco y suave, con una melena rizada que lo hacía parecer aún más adorable. Vivía junto a su rebaño, pastando y corriendo felizmente por los campos, rodeado de amigos y familiares. Sin embargo, a pesar de su vida tranquila y apacible, Lino no podía dejar de sentir una gran envidia por su vecino, un gran carnero llamado Toribio.
Toribio era un carnero imponente, de cuerpo robusto y cuernos grandes y curvados que lo hacían parecer el rey del prado. Siempre caminaba con paso firme, encabezando el rebaño y ganándose la admiración de todos. Los otros animales del prado, desde las cabras hasta las aves, lo miraban con respeto. Y aunque Toribio no se jactaba de su tamaño ni de su fuerza, no podía evitar ser el centro de atención en todo momento.
Lino, por su parte, se sentía pequeño e insignificante al lado de Toribio. Aunque él también era un cordero fuerte y sano, su cuerpo era mucho más pequeño, y sus cuernos, si es que llegaban a asomar, eran apenas unos brotes diminutos. Cada vez que veía cómo todos miraban a Toribio con admiración, Lino sentía una punzada de celos en su corazón.
—¿Por qué Toribio tiene tantos amigos? —se preguntaba Lino mientras observaba al carnero caminando orgulloso por el prado. —¿Por qué tiene esos cuernos tan grandes y esa mirada tan segura? Yo también quiero ser el más admirado.
Y así, cada día, la envidia de Lino crecía más y más. Comenzó a pasar mucho tiempo mirando a Toribio, imitando sus pasos y tratando de hacer todo lo que él hacía, esperando que alguien lo mirara con el mismo respeto. Pero, por más que lo intentaba, nunca lograba que los demás lo miraran de la misma forma.
Una tarde, mientras todo el rebaño pastaba cerca del río, Lino vio cómo Toribio, con su paso elegante, se acercó al agua y comenzó a beber. Todos los corderos y animales del prado lo miraban con admiración, como si fuera el líder natural. Lino, sintiendo que ya no podía soportar más su envidia, decidió que iba a hacer algo para igualarse a Toribio.
—Si mis cuernos fueran más grandes como los de Toribio, seguro que todos me admirarían también —pensó Lino.
Esa noche, cuando el rebaño ya descansaba y la luna brillaba con fuerza, Lino decidió ir al bosque cercano en busca de algo que pudiera ayudarlo. Recordó que en las colinas, entre los árboles, crecían unos arbustos con ramas gruesas que a menudo usaban los pastores para hacer cercas. Con mucho sigilo, Lino se acercó a esos arbustos y arrancó unas ramas gruesas. Las llevó a su choza y, con la ayuda de su aguda astucia, empezó a pegar las ramas a sus cuernos.
—¡Ahora sí seré como Toribio! —pensó Lino con satisfacción mientras veía sus cuernos mucho más grandes, pero un tanto torcidos y extraños.
Al día siguiente, Lino salió del establo muy orgulloso, con sus nuevos cuernos "grandes". Se acercó al grupo de corderos y comenzó a caminar, esperando que todos lo miraran y lo admiraran, pero lo que sucedió fue muy diferente.
Los demás corderos lo miraron con sorpresa, pero no con admiración. Algunos comenzaron a reír, mientras que otros se acercaron a ver más de cerca los cuernos de Lino, que parecían incomodarse con cada paso que daba.
—Lino, ¿qué te has hecho en los cuernos? —preguntó uno de los corderos.
—¡Estás usando ramas! —exclamó otro, entre risas.
Lino, confundido y avergonzado, intentó caminar con más confianza, pero no podía evitar que las ramas se movieran de manera extraña, haciendo que su cabeza pesara demasiado. De repente, las ramas que había colocado se rompieron y cayeron al suelo, dejando a Lino con los cuernos originales, pequeños y sencillos, tal como siempre habían sido.
Los demás animales no se rieron ni lo ridiculizaron. En lugar de eso, uno de los más sabios del rebaño, un anciano carnero llamado Rufus, se acercó a Lino con una sonrisa amable y le dijo:
—Lino, no necesitas imitar a Toribio ni a nadie. Cada uno tiene sus propias cualidades y habilidades que lo hacen especial. Tus cuernos no necesitan ser grandes para que te respeten, porque tu verdadero valor está en quién eres, no en cómo te comparas con los demás.
Lino, avergonzado por su intento de parecerse a Toribio, miró al viejo carnero y asintió lentamente. Por primera vez, se dio cuenta de que su propia esencia, su gentileza y su esfuerzo, eran más importantes que cualquier apariencia externa. Toribio nunca había tratado de ser alguien más, y eso era lo que lo hacía ser quien era.
A partir de ese día, Lino dejó de compararse con Toribio y comenzó a enfocarse en lo que lo hacía único. Aprendió a caminar con la cabeza en alto, sabiendo que su verdadero valor venía de su corazón y no de su apariencia. Poco a poco, los otros corderos comenzaron a mirarlo con respeto, no por sus cuernos, sino por su bondad y sabiduría.
Moraleja:
"La envidia nos aleja de nuestro verdadero ser. Cada uno tiene cualidades únicas que lo hacen especial. No debemos compararnos con los demás, sino valorar lo que somos."
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