La hija del huevo de avestruz: Un cuento sobre valentía y prosperidad"

Cuento infantil para primaria sobre la magia, la naturaleza y la importancia del trabajo en equipo

En las vastas llanuras del sur de África, donde el sol brilla con fuerza durante el día y las estrellas llenan el cielo por la noche, vivía una niña llamada Nia. Su aldea estaba rodeada por grandes sabanas de hierba dorada y árboles altos que se mecían con la brisa cálida. Nia era conocida por su valentía y su curiosidad. A menudo, salía sola a explorar los rincones más lejanos de la sabana, donde los animales salvajes vivían en libertad y la naturaleza cantaba sus propias canciones.

Un día, mientras paseaba cerca de un gran árbol baobab, Nia encontró algo extraño. En la sombra de un arbusto, vio un enorme huevo. Nunca había visto algo tan grande antes. Pensó que debía haber sido dejado allí por algún animal, tal vez un avestruz, que a veces ponía sus huevos en la tierra abierta. Pero este huevo era mucho más grande que cualquiera que hubiera visto antes. Era blanco y brillante, como una piedra preciosa, y parecía que emitía una suave luz dorada.

Intrigada, Nia decidió llevárselo. Sabía que algo tan raro debía ser importante, y aunque no sabía qué hacer con él, pensó que podría mostrarlo a su abuela, que era una sabia curandera del pueblo. Quizás ella sabría más.

Al llegar a la aldea, Nia mostró el huevo a su abuela. La anciana, al verlo, frunció el ceño y murmuró unas palabras en voz baja. “Este no es un huevo común, Nia. Este huevo tiene un poder muy especial. No debes abrirlo por ti misma, porque el destino de este huevo está unido al de alguien muy importante.”

Nia, aunque sorprendida, decidió seguir el consejo de su abuela. Guardó el huevo en su casa y todos los días lo cuidaba con esmero, sin saber qué sucedería. Sin embargo, algo extraño comenzó a suceder. A medida que pasaban los días, el huevo comenzó a agrietarse, como si algo dentro de él quisiera salir. Nia observaba fascinada, y una tarde, cuando el sol comenzaba a ponerse, el huevo se rompió por completo.

De su interior salió una pequeña criatura que, aunque parecía un avestruz, tenía algo especial en sus ojos. Sus ojos brillaban con una luz dorada, como el resplandor del huevo. Nia, asombrada, la abrazó, y la pequeña criatura comenzó a emitir un suave canto, como si estuviera agradecida por ser liberada.

“¿Quién eres?”, le preguntó Nia, aún sorprendida.

“Soy la hija del huevo de avestruz,” respondió la criatura con una voz suave, casi como el susurro del viento. “He estado esperando mucho tiempo para salir y encontrar a la persona que me liberará.”

Nia, aunque sorprendida, sintió una conexión instantánea con la pequeña criatura. La miró y le preguntó: “¿Qué debo hacer por ti?”

La hija del huevo de avestruz sonrió. “Tu valentía me ha liberado, y por eso te ayudaré a ti y a tu aldea. Pero antes, debes seguirme al lugar donde las estrellas se encuentran con la tierra, y allí, algo importante ocurrirá.”

Sin pensarlo, Nia decidió seguir a la hija del huevo de avestruz. Juntas caminaron por la sabana durante días y noches, atravesando ríos, colinas y grandes campos de hierba. Finalmente, llegaron a un lugar en el que la tierra parecía brillar con una luz plateada. Allí, en el horizonte, las estrellas parecían tocar el suelo, creando un paisaje mágico.

La hija del huevo de avestruz se detuvo y levantó las alas. “Este es el lugar donde mi poder se conecta con la tierra. Aquí es donde puedes pedir lo que más necesitas.”

Nia, al escuchar esto, pensó por un momento. Luego, con el corazón lleno de esperanza, dijo: “Deseo que mi pueblo nunca más pase hambre. Que siempre tengamos suficientes cosechas, agua y prosperidad.”

La hija del huevo de avestruz asintió, y sus ojos dorados brillaron más que nunca. “Tu deseo será concedido, pero recuerda, Nia, que la prosperidad viene solo cuando todos en tu aldea trabajan juntos, cuidan la tierra y se respetan unos a otros.”

Con esas palabras, la criatura extendió sus alas doradas, y de ellas brotaron destellos de luz que se extendieron por toda la sabana. Nia observó con asombro cómo las tierras de su aldea se llenaban de cultivos saludables, los ríos de agua fresca, y la gente de su pueblo comenzaba a sonreír y a trabajar junta para cuidar la naturaleza.

Antes de partir, la hija del huevo de avestruz le dijo a Nia: “El poder que te he otorgado no es solo un regalo, sino una responsabilidad. Cuida siempre de la tierra y de los demás, y la prosperidad nunca te abandonará.”

Nia regresó a su aldea, donde su pueblo la recibió con alegría. Los años pasaron, y bajo su liderazgo, la aldea prosperó. Los animales vivían en armonía con los humanos, los cultivos crecían fuertes y abundantes, y los ríos siempre estaban llenos de agua.

Nia nunca olvidó la lección de la hija del huevo de avestruz: la verdadera prosperidad no solo depende de los deseos personales, sino del trabajo en conjunto y el respeto por la naturaleza y los demás.

Moraleja:

La prosperidad verdadera se construye a través del trabajo en equipo, el respeto por la naturaleza y el cuidado de los demás. El poder para cambiar el mundo radica en nuestras decisiones y en la forma en que tratamos a la tierra y a quienes nos rodean.

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