Los loros disfrazados: Un cuento infantil para niños de primaria
Un cuento sobre la importancia de ser uno mismo para niños
Hace mucho, mucho tiempo, en lo profundo de la selva ecuatoriana, había un grupo de loros brillantes y coloridos que vivían felices en los árboles altos y frondosos. Su plumaje era de todos los colores imaginables: verdes, rojos, azules y amarillos, y su canto alegraba a todos los animales del bosque. Cada día, los loros volaban en grandes bandadas, parloteando y jugueteando, y disfrutaban de la vida en su hogar en la selva.
Sin embargo, había un pequeño grupo de loros que siempre se sentían diferentes. Aunque su plumaje era hermoso, no querían ser vistos como los demás. A menudo, se sentían celosos de los otros animales que tenían habilidades especiales. Los jaguares podían correr rápidamente, las águilas podían volar muy alto, y las serpientes podían moverse sigilosamente sin ser vistas. Los loros, aunque eran inteligentes y sabían hablar, sentían que algo les faltaba.
Un día, mientras descansaban en sus ramas favoritas, los loros comenzaron a hablar entre sí.
“¿Por qué siempre somos los mismos? ¿Por qué no podemos ser como las águilas o los jaguares?”, preguntó uno de ellos, el loro más joven y curioso llamado Ciri.
“Sí, sería increíble ser como los demás, más poderosos, más rápidos”, agregó otro loro llamado Tiko, mientras jugueteaba con una rama.
Pero el más viejo de todos, el loro más sabio, llamado Yara, les miró con una mirada profunda y dijo: “Mis queridos amigos, cada uno de nosotros tiene algo único, algo que los demás no tienen. Pero veo que el deseo de cambiar es tan fuerte que me pregunto si eso será lo mejor para todos nosotros.”
Los jóvenes loros no entendían lo que Yara quería decir. “¿Por qué no podemos ser más poderosos? ¿Qué nos detiene?”, preguntó Ciri, lleno de entusiasmo.
Yara suspiró y comenzó a contarles una antigua leyenda que había oído de su abuela.
“Mucho tiempo atrás,” comenzó Yara, “había un grupo de animales que deseaban tener la misma apariencia o habilidades que los demás. Los loros, como ahora, se sentían distintos. Un día, un sabio chamán, que vivía en la selva, les ofreció un regalo. Les dijo que si querían cambiar, podían usar un poder especial: ‘Solo deben vestirse con la apariencia de los animales que más admiran y, durante un día, vivirán como ellos.’”
Los jóvenes loros se emocionaron con la historia. “¿Y qué pasó? ¿Qué hicieron?”, preguntaron todos al unísono.
“Bueno, los loros, llenos de curiosidad, decidieron que querían volar como las águilas. Se disfrazaron con plumas de águila, cubriéndose completamente con su pelaje. Cuando se miraron en el agua del río, vieron sus nuevas apariencias, y con ello llegaron a creer que podían volar tan alto como las águilas. Pero al intentarlo, cayeron rápidamente al suelo, porque las alas de águila no eran para ellos, y su cuerpo ya no era lo suficientemente ligero para volar tan alto. Al final, comprendieron que lo que tenían no era tan malo después de todo.”
Los loros jóvenes escucharon atentamente, pero uno de ellos, Ciri, interrumpió a Yara. “Pero, ¿por qué no podemos ser más como las águilas? ¿Si nos disfrazamos, tal vez seríamos igual de fuertes?”
Yara los miró a todos con calma y continuó: “No es solo el disfraz lo que importa. En la leyenda, después de fallar en su intento de volar como águilas, los loros volvieron al chamán, quien les dijo algo muy sabio. ‘El verdadero poder no está en cómo te ves por fuera, sino en cómo eres por dentro. Tienes el don de hablar y de volar, pero debes aprender a apreciar lo que tienes y lo que eres.’”
Los jóvenes loros pensaron en las palabras del chamán y se dieron cuenta de algo importante. “Entonces, no necesitamos ser como las águilas o los jaguares, ¿verdad?”, dijo Tiko.
“Así es”, respondió Yara. “Nosotros somos loros, y eso nos hace especiales. Podemos hablar, podemos volar entre los árboles y llevar mensajes. Nuestra belleza está en nuestra naturaleza, y si la valoramos, seremos mucho más poderosos de lo que pensamos.”
Al final del día, los loros decidieron que en lugar de tratar de ser como otros animales, comenzarían a valorar lo que los hacía únicos. Dejaron de lado sus deseos de cambiar y aprendieron a estar orgullosos de su plumaje brillante, su capacidad para volar entre las copas de los árboles y su habilidad para imitar sonidos y palabras.
Desde ese momento, los loros nunca más se sintieron inferiores a los demás. Su canto se hizo aún más alegre, y su vuelo, más elegante. Aprendieron que cada animal tenía su propio don, y que lo importante no era cambiar, sino ser el mejor en lo que uno era. Los demás animales de la selva también comenzaron a apreciar a los loros más que nunca. Todos entendieron que lo valioso de cada ser viviente estaba en su autenticidad, y no en el deseo de ser como los demás.
Y así, los loros siguieron viviendo felices en la selva, volando por el cielo, cantando sus melodías, y recordando siempre la lección que aprendieron: Ser uno mismo es el verdadero poder.
Moraleja:
A veces deseamos ser como los demás, pero lo más importante es aprender a valorar lo que somos. Cada uno tiene algo único que ofrecer al mundo, y lo que nos hace especiales no está en imitar a otros, sino en ser auténticos.
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