La Zorra que Comió Demasiado: Un cuento sobre la moderación y el compartir
Cuento sobre la importancia de la moderación y compartir con los demás
En un rincón apartado de un verde y frondoso bosque, vivía una zorra astuta y muy curiosa llamada Zora. Zora era conocida por su habilidad para encontrar comida en cualquier lugar, y todos los animales la admiraban por su destreza. Pero había algo que Zora no podía controlar: su apetito insaciable. Cada vez que encontraba algo delicioso, no podía resistir la tentación de comer más de la cuenta, aunque su estómago ya le avisara que era suficiente.
Un día caluroso de verano, mientras caminaba por el bosque, Zora olió algo que la hizo detenerse de inmediato. En lo alto de una colina, colgaban de una enredadera unas uvas tan brillantes y jugosas que parecían tener un brillo dorado bajo el sol. Las uvas eran grandes y maduras, listas para ser recogidas, y Zora, al verlas, sintió que su estómago rugía de hambre. Sin pensarlo, comenzó a saltar y dar vueltas alrededor del arbusto, buscando una manera de llegar hasta ellas.
—¡Qué delicia! —exclamó Zora, observando cómo las uvas se balanceaban suavemente con el viento.
Tras un par de saltos, logró alcanzar las primeras uvas y las devoró con rapidez, disfrutando del dulzor que explotaba en su boca. Pero Zora no estaba satisfecha, y siguió comiendo, una uva tras otra, sin detenerse. Pasaron las horas, y ella no pensaba en nada más que en las deliciosas uvas. De repente, cuando la cesta de uvas estaba casi vacía, Zora se detuvo. Miró alrededor y se dio cuenta de que había comido casi toda la cosecha, sin dejar ni una sola para los demás animales.
—¡Ay, me siento tan llena! —se quejó, tocándose el estómago. Estaba tan hinchada que apenas podía moverse.
En ese preciso momento, un cuervo que volaba por encima del bosque vio a Zora tirada en el suelo, rodeada por los tallos de las uvas. Al principio pensó que algo le había sucedido a la zorra, por lo que decidió acercarse a verla.
—¿Qué te pasa, Zora? —preguntó el cuervo, posándose en una rama cercana.
Zora levantó la cabeza lentamente y, con una sonrisa de vergüenza, respondió:
—Me he comido demasiadas uvas. Ya no puedo moverme. Me siento muy mal, y lo peor es que, a pesar de que estaba deliciosa, ahora no puedo ni siquiera caminar. Si hubiese comido solo lo necesario, tal vez no me sentiría así.
El cuervo, que siempre había sido sabio, voló más cerca y se posó junto a ella. Miró las uvas y luego la zorra, y le dijo:
—Zora, la comida es un regalo del bosque, y no hay nada de malo en disfrutarla. Pero, como todo en la vida, la moderación es la clave. Cuando comemos demasiado de algo, ya no disfrutamos igual, y nuestro cuerpo termina resentido. El equilibrio es lo más importante, y no siempre más es mejor.
Zora, pensativa, asintió lentamente. Aunque le dolía el estómago, las palabras del cuervo le hicieron reflexionar. Mientras tanto, los otros animales del bosque comenzaron a llegar, atraídos por el bullicio y la presencia de Zora. Vieron la cesta vacía y, al igual que Zora, deseaban probar las uvas, pero al ver a Zora tan mal, decidieron esperar.
La zorra miró a su alrededor y se dio cuenta de lo que había hecho. No solo había comido en exceso, sino que había tomado más de lo que necesitaba, dejando a otros sin poder disfrutar de las uvas que también pertenecían al bosque.
—Perdón, amigos —dijo Zora con humildad—. He sido egoísta y no he pensado en ustedes. Me llevé más de lo que necesitaba, y ahora ni siquiera puedo moverme para compartir lo que queda.
El cuervo, viendo el arrepentimiento de Zora, dijo:
—Lo importante es que te des cuenta de lo que sucedió. Todos cometemos errores, pero aprender de ellos es lo que nos hace más sabios. Recuerda que cuando compartimos, todos ganamos.
Zora miró a los otros animales y, con esfuerzo, se levantó. Aunque aún se sentía llena, entendió la lección que el cuervo le había dado. Decidió que, de ahora en adelante, comería con más moderación y compartiría siempre lo que tenía con sus amigos. Además, comenzó a enseñarles a los demás animales sobre la importancia de no caer en los excesos.
Pasaron los días, y Zora nunca olvidó lo que había aprendido. Cuando volvía a encontrar algo delicioso, lo disfrutaba, pero siempre con responsabilidad, y siempre pensaba en compartir con los demás.
Moraleja:
"La moderación es la clave de una vida equilibrada. Los excesos pueden causarnos molestias, pero compartir y disfrutar de lo que tenemos, sin caer en la codicia, nos trae verdadera satisfacción."
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